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El efecto Rashomon: 84 horas en Noruega

11 miembros del equipo de contenidos. Cuatro días. Un viaje a Noruega. Infinitas percepciones. Estas son nuestras diferentes versiones de lo que ocurrió.

¿Rasho qué? El «efecto Rashomon» se produce cuando un mismo incidente es descrito de forma diferente -y a menudo contradictoria- por las personas que lo han presenciado o vivido. En otras palabras: un evento que nadie percibe de la misma manera. 

El fenómeno se emplea a veces como recurso argumental en el cine: por ejemplo, en Sospechosos habituales (1995), Perdida (2014) y, en cierta medida, en Memento (2000) y Reservoir Dogs (1992). Pero la obra en la que se usó este recurso de una manera maestra y que dio origen al propio término, es el clásico de 1950, Rashomon, del legendario director Akira Kurosawa. 

La película fue tan innovadora que se convirtió en la primera película japonesa que tuvo éxito global y cosechó múltiples premios internacionales. Hoy se considera una de las mejores películas de la historia. 

¿De qué se trata? Bueno, eso depende de a quién le preguntes. Es broma. Esta película pionera consiste en cuatro personajes principales que ofrecen sus versiones subjetivas (e increíblemente contradictorias) de un mismo incidente mientras intentan quedar lo mejor posible. Es una historia que habla de cómo la subjetividad es algo poco fiable y al final, no se sabe con seguridad si se ha dicho la verdad.

Inspirados por la película y, lo admitimos, por el revuelo que se ha formado en torno a nuestro último proyecto editorial, la revista «Off» -que es una exploración deliberadamente analógica del vínculo entre el movimiento, la naturaleza, el diseño, la sostenibilidad y la psique humana, y que merece la pena leer (paramos ya de venderla)-, decidimos incorporar el efecto Rashomon* a nuestro viaje del equipo de contenidos a Noruega.

Objetivamente, hemos hecho mucho en poco tiempo. Excursiones en barco, cenas sostenibles, ciclismo de montaña, carreras, dos sesiones de fotos, pruebas de resistencia al agua, café en una taberna en un acantilado, un poco de bebida (fue el cumpleaños de dos miembros del equipo), kayak, senderismo, incluso lectura del horóscopo. Creemos que el movimiento alimenta la creatividad, por lo que la agenda fue bastante apretada, lo que significa que nuestro equipo tuvo mucho que considerar al recordar su versión de los hechos.

* Los miembros del equipo eligieron la parte del viaje en la que querían centrarse, por lo que esta puede o no ser una interpretación 100 % exacta del efecto Rashomon.  ¡Esperamos que disfrutes de estas historias!

El viaje

Para la grabación de una campaña y para probar algunos de nuestros equipos impermeables, parte del equipo de contenido de On se dirigió a Noruega, viajando de la forma más responsable posible. No puedo decir que la idea de pasar tres días en medio de la nada en el extranjero fuera algo que en principio me atrajera. Pero, ¿con qué frecuencia se tiene la oportunidad de ir a Noruega? Hasta ahora en mi vida la respuesta ha sido siempre «nunca». Así que, por supuesto, no iba a perder esta oportunidad. A la tierra de los fiordos, los vikingos, las ballenas, la lluvia y Erling Haaland. 

Dos vuelos, una cartera perdida (mejor no hablemos de esto) y una comida de aeropuerto sorprendentemente buena (un sándwich de mozzarella y pesto) después, llegamos a Noruega. Un conductor de autobús nos dio la bienvenida en el aeropuerto con una hoja de papel con las palabras «On Content» garabateadas con un rotulador negro. 

Cualquier duda que podía haber tenido se desvaneció al llegar a nuestro estupendo hotel. Un edificio en la ladera de una colina, con vistas a un lago y rodeado de bosques: un entorno que me dejó impresionado. Y el hotel en sí mismo. Paredes de madera, suelos de piedra, mobiliario impecable y un personal muy amable. Mientras nos registrábamos en recepción me invadió una gran sensación de anticipación, me moría de ganas de ver mi habitación y de ver cómo sería el resto del viaje.

El tiempo

Hay muchos tipos de lluvia. Desde una llovizna tan fina que se confunde con la niebla, hasta, en el otro extremo del espectro, un diluvio provocado por una tormenta. En medio, está la lluvia constante que cae de manera horizontal azotada por el viento y que crea olas intermitentes que bailan en el suelo a medida que se acercan. Si, hay muchos tipos de lluvia. Y, como hemos podido ver, si visitas Noruega en octubre, puedes experimentarlas todas. En un mismo día. 

Que lloviera durante la mayor parte de nuestro viaje no fue ninguna sorpresa. Esta parte del mundo, donde los fiordos se unen a las montañas, es una de las más húmedas del planeta. Preparados mentalmente para las condiciones y protegidos por nuestro equipo impermeable, el tiempo no pudo empañar la experiencia, ni nuestro espíritu. 

Así que cuando la lluvia amainó una mañana, y las nubes se levantaron revelando una vista más allá de Storfjord, no me sentí aliviado, sino afortunado. Y muy presente en el momento. Tengo ese momento grabado en mis retinas. Fue un bonito recordatorio: las pequeñas cosas pueden significar mucho, si aprendes a aceptar las circunstancias como te vienen dadas. 

Kayak 

No nos quedamos en el Hotel Storfjord solo para disfrutar de las vistas panorámicas desde nuestros balcones. Así que, después de nuestra primera sesión fotográfica, nos embarcamos en una aventura que nos permitió conocer de cerca las montañas, el viento y el mar: una excursión en kayak. 

A medida que nos enseñaban los fundamentos del kayak, nos íbamos emocionando más y más. Y en el momento en que nuestras embarcaciones llegaron al agua cristalina, llegó la hora de la verdad. Recuerdo haber visto a los otros correr hacia el fiordo y no quedó más remedio que unirme a la carrera. 

Sí, se podría decir que nos comportamos como niños pequeños. Pero no veo el problema en dejarse llevar y disfrutar dando saltos en la naturaleza de vez en cuando. Y entre carreras de kayak contra kayak y momentos de equilibrismo para conseguir una buena foto, nuestro guía nos hizo probar de primera mano las especies de algas locales. Un aperitivo de lo más fresco que hay. 

Y al volver a la acogedora calidez de nuestras habitaciones, la vista sobre el fiordo y las montañas era aún más impresionante que antes. No solo porque subimos andando toda la montaña hasta el hotel, sino también porque ahora tenía grandes recuerdos relacionados con el magnífico paisaje que tenía delante. 

El masaje 

Tras dejar los fiordos helados, volvimos a nuestras cálidas habitaciones de hotel y pudimos disfrutar de las preciosas vistas. Algunos del equipo decidieron irse de aventura en bicicleta por la montaña, pero yo opté por prepararme un baño caliente y hacer una visita al spa. 

Todavía recuerdo claramente el baño de burbujas. Era tan lujoso como relajante. Mis músculos necesitaban tiempo de descanso, y pude sentir cómo me lo agradecían al entrar en el agua caliente. Cuando salí, fui volviendo a la realidad poco a poco, pero tuve que prepararme rápidamente para mi masaje.

Corrí bajo la fría lluvia hasta el spa, y luego entré en un edificio acogedor con música tranquila. Llamé a la puerta y la masajista, Karolina, salió a recibirme. Me dijo que me preparara para el masaje física y mentalmente, me dijo que me olvidará de cualquier cosa que me agobiara.

Luego, me tumbé en la camilla de masaje y Karolina se puso a trabajar. Usó sus fuertes brazos de cross-fit para deshacer todos los nudos de mi espalda. Y, creedme cuando os digo que había muchos. Siguió, y poco a poco sentí que mi cuerpo se liberaba del estrés y entraba en un fantástico estado de paz. 

La lancha motora

«Hacedme esta señal si sentís que vamos demasiado rápido», nos dice el capitán, levantando el brazo por encima de su cabeza y haciendo un gesto con la mano. Subí a la resbaladiza embarcación semirrígida ocupando el asiento delantero. 

Salimos del tranquilo puerto y pasamos por delante de casetas de barcos y cabañas rojas colgando del espigón. El motor empezó a girar con fuerza y aceleramos hacia delante, dejando atrás la quietud. Agarré con fuerza los asideros que tenía delante y sonreí emocionada: «parece que estoy sentada en la parte delantera del vagón de una montaña rusa, muy cerca de la cima y de una inminente caída vertical».

Nos adentramos en el tormentoso y aislado mar que teníamos ante nosotros, surcando el oleaje en un coro de gritos emocionados. Estoy segura de que me perdería en los fiordos si me hubiese soltado. Nos topamos con una ola feroz que lanzó la embarcación al aire, el motor enmudeció solo por un momento mientras navegamos por encima del océano, antes de volver a sumergirnos en la superficie. Estábamos en plena lucha con el clima, literal, a puñetazos. Golpeando y esquivando el oleaje, la lluvia nos azotaba a diestro y siniestro. Empecé a tener calambres en los antebrazos.

Un giro brusco nos llevó a una agradable parada en un embarcadero protegido por los acantilados del fiordo. Estaba tan tensa que no pude soltar los agarres durante unos segundos. Mi criterio de lo que es seguro es definitivamente diferente del de la tripulación. Conseguí soltarme, estaba temblando, pero llena de adrenalina.

El capitán nos miró, y con gracia nos dijo: «La próxima vez me hacéis la señal».

Olas y vino   

La experiencia que más me marcó fue la excursión en lancha. Nunca había hecho algo así. Sinceramente, al principio tenía miedo. Estábamos saltando muy alto. Pero al cabo de un rato empecé a sentirme más cómoda. Incluso pude sentarme en la proa. Y me alegré mucho de haberlo hecho. Aunque la lluvia parecía más bien granizo, mereció la pena por el subidón de adrenalina.  

Por otras razones muy distintas, también recuerdo la primera cena. Solo conocía a unos pocos miembros del equipo y no tuvimos mucho tiempo para conocernos antes de este viaje. Hablamos del trabajo y de nuestras vidas y todo fue muy relajado y sencillo. Además, la comida era increíble y probamos muchos vinos, que estaban buenísimos. 

La cenas de trabajo pueden ir bien o regular. Esta fue fantástica. Me divertí mucho y fue una muy buena manera de empezar el viaje. Y además probamos todos esos vinos deliciosos. 

Ruta en Mountain Bike

Seguía lloviendo a cántaros y acabábamos de pasar más de una hora dando botes en una lancha motora sobre aguas muy agitadas. En nuestro itinerario ponía que teníamos tiempo de descanso, pero la energía del grupo sugería que ese descanso podía esperar. 

«¿A alguien le apetece hacer una ruta en bici?» 

Inmediatamente muchos se apuntaron. Traseros en los asientos. Pies en los pedales. Y pronto estábamos bajando por un sendero pedregoso. La pendiente empezó a subir de repente. Muy dramáticamente. Hicimos un intento desesperado por pedalear por la empinada y rocosa ladera, pero pronto no teníamos más remedio que aceptar la derrota y empujar nuestras bicicletas. 

Sendero noruego: 1; el equipo: 0. Pero nadie se sintió derrotado.  

Hacía frío y llovía, pero estábamos animados. Sin inmutarnos, seguimos adelante y al llegar a la cima de esta primera subida, el camino se aplanaba y el bosque comenzó a espesarse. No podíamos evitar sentirnos inmersos en el paisaje. Era lo que queríamos. La comodidad del hotel se quedó en un recuerdo lejano. 

Nos subimos otra vez en las bicis. A toda velocidad, chapoteando en los charcos, derrapando innecesariamente... haciendo tonterías y disfrutando de cada segundo. Al llegar a un claro, nos detuvimos rápidamente para admirar la vista, pero nadie quería detenerse mucho tiempo, ni siquiera ante el majestuoso paisaje. Cuanto más avanzamos, más crecía la emoción de sentirse a kilómetros de la civilización más cercana. 

Lamentablemente el sendero terminaba a mitad de camino en la montaña, algo que nos decepcionó a todos. Sintiéndonos un poco orgullosos de nosotros mismos por haber llegado hasta ahí, chocamos las manos y nos felicitamos unos a otros. Pero esto era solo la mitad de la aventura. Nos dimos la vuelta, esperando ansiosamente la oportunidad de vengarnos de esa pendiente que nos derrotó en el camino de ida.