

La escritora, curadora de arte, crítica cultural (y corredora) nos habla de su trayectoria creativa personal y de cómo correr la ha transformado como persona.
Kimberly Drew (@museummammy en Instagram) ha trabajado en algunos de los museos más prestigiosos del mundo, como el Museo Metropolitano de Nueva York, el Studio Museum en Harlem o y la Pace Gallery, donde actualmente es directora de conservación. Aquí nos habla de su experiencia con el “puro caos de energía” que es correr.
Texto de Kimberly Drew. Fotografía de Jordan Naheesi y Isaiah Winters.
Mi trabajo como conservadora de arte, escritora y productora cultural en Brooklyn (Nueva York) significa que mis jornadas laborales consisten en visitar estudios, comisariar exposiciones de arte, asistir en primera fila a desfiles de moda, redactar contenidos o simplemente verme desbordada por una avalancha de emails de lo más mundano. Mantener a raya las multitudes que componen mi existencia es todo un arte y, como le ha ocurrido a tanta gente, tras sobrevivir una pandemia he tenido que encontrar nuevas formas de dar sentido a la vida. En 2021, después de superar una crisis de salud mental, me di cuenta de que algo debía cambiar de manera radical si quería continuar con el estilo de vida y la carrera que me había forjado.
Empecé haciendo yoga todas las semanas. Luego incorporé también clases de HIIT y de pilates, pero solo cuando salí a correr “de verdad” tuve claro que había encontrado lo que necesitaba. Corrí 1,5 km. Pero repetí, y volví a repetir. Encontré la calma corriendo y enseguida quise mejorar.
Se podría argumentar que la clave de correr es la disciplina. Si nos dejamos guiar por lo que sugieren numerosos artículos y vídeos en YouTube, sería fácil concluir que, para correr de verdad, es imprescindible hacerlo a primera hora de la mañana y recorrer varios kilómetros. Mi experiencia me ha enseñado que la disciplina está muy bien, pero que si no soy honesta conmigo misma, solo estoy repitiendo movimientos de manera mecánica. Para mí es fundamental ser sincera y darme permiso para identificarme con una “runner de verdad”.
El primer año que empecé con el running, mis amigos me recomendaron leer las memorias de Haruki Murakami, De qué hablo cuando hablo de correr. Entre otras cosas, Murakami nos habla de sus muchas líneas de salida y de las buenas y malas carreras que determinaron diversos periodos de su vida.
La lectura de esta obra no fue una experiencia particularmente positiva. También me dedico a escribir, por lo que no ando corta de opiniones, pero tampoco carezco de una justa y digna sensibilidad como ser humano. Tuve que dejar de leer varias veces al encontrarme con innumerables ejemplos de la acechante gordofobia que se oculta tras su elegante prosa.
Son muchas las razones que llevan a la gente a correr, pero con demasiada frecuencia se percibe como algo punitivo e intrínsecamente unido al peso y a la imagen corporal. Se trata de uno de los aspectos más tóxicos de un deporte que, sin embargo, tiene el don de aportar alegría a quien tiene la suerte de practicarlo. En mi búsqueda de la honestidad conmigo misma, me esfuerzo por utilizar un lenguaje positivo para describir mi cuerpo. Intento así rectificar todas las formas en que la sociedad ha dañado mi autoestima.
A mitad de sus memorias, Murakami se enfrenta a una lesión cuando corría el ultramaratón del lago Saroma. Se trata de un recorrido de 100 km que tiene lugar en la costa noreste de la isla de Hokkaidō en Japón. Entre dos puestos de control, las piernas empezaron a fallarle. Para poder terminar la carrera, se obligó a situar la mente en un “lugar inorgánico”. Mientras luchaba por aguantar el dolor en el kilómetro 75, se repetía a sí mismo: “No soy humano. Soy una máquina. No siento nada. Me limito a avanzar”. Gracias a este mantra mecánico, logró correr los 25 km restantes y completar la carrera.
Por desgracia, el dolor corporal forma parte del running. Correr de forma continuada, incluso cuando se toman todas las precauciones, puede ocasionar una larga lista de dolores articulares, musculares, tendinosos u óseos. Correr es sentir dolor en algún momento, es inevitable. Es sinónimo de lesiones, pero también de esperanza y de humildad para aceptar los propios límites.
Así que subimos las escaleras a cámara lenta o ponemos los pies en remojo cuando nos toca, porque somos conscientes de que la prioridad es nuestra salud. Todo runner sabe (o aprende) que las únicas carreras malas son las que no podemos correr.
En las semanas posteriores a esta experiencia, Murakami se vio inmerso en lo que se ha denominado “runner’s blues”, una especie de melancolía del corredor. Su entusiasmo por el running se evaporó y su capacidad para seguir corriendo como antes brillaba por su ausencia. Tras haber practicado este deporte con tanta regularidad, se vio obligado a volver a lo esencial y empezar de nuevo.
Durante los últimos años, muchas de mis carreras han empezado de la misma forma: me impongo una meta e intento conseguirla. Corro para lograr una distancia o un tiempo determinados. Hace poco empecé a entrenar para mi primer maratón, por lo que he empezado a variar la velocidad y a esforzarme más de lo que nunca hubiera imaginado. Gracias a este proceso, he aprendido una nueva forma de practicar la honestidad conmigo misma. No todas las carreras son un triunfo, ni cada vez que corra me va a cambiar la vida o me voy a sentir mejor que nunca. No todas mis carreras aparecerán en mis memorias. Hay carreras que se reducen simplemente a correr, a poner un pie detrás de otro y vuelta a empezar. En los primeros kilómetros de mi recorrido siempre me pregunto: ¿Lograré mi objetivo? ¿Es esta la ruta correcta? ¿Estoy corriendo la distancia necesaria? ¿Me siento satisfecha? ¿Soy capaz de hacerlo? Tanto las buenas como las malas carreras exigen una respuesta honesta a estas preguntas.
Nunca fue mi intención competir en carreras ni entrenar para maratones, pero hasta que no lo hice no me di cuenta de qué hace que este deporte sea tan especial. Me apunté en secreto a los 10 km de Queens, sin decir nada a nadie. Fui sola, corrí sola y terminé sola.
En la línea de meta, me invadieron todos los sentimientos que surgen al terminar una carrera. Nunca había logrado correr tanta distancia antes. A pesar de tener un familiar que vive a diez minutos, no invité a nadie a que viniera a animarme. Me daba demasiada vergüenza. Estaba rebosante de júbilo, pero tuve que recurrir a un post de Instagram para expresarlo.
Me parece muy lógico que muchos escritores se hayan aficionado al running, correr y escribir tienen mucho en común. Son actividades que pueden hacerse en grupo, pero a la hora de la verdad, cada carrera y cada texto los hace paso a paso quien corre o escribe. Para concluir un proyecto literario hay que añadir una palabra tras otra, de igual forma que hay que avanzar un paso tras otro para recorrer cualquier distancia.
Correr, al igual que escribir, requiere escuchar tu voz interior y entablar con ella un diálogo honesto. Al leer las memorias de Murakami, vi con claridad que ese estado “inorgánico” que el autor buscaba alcanzar no era sino una forma de depresión. Correr me ha transformado como persona precisamente por ser algo intrínsecamente orgánico. Terminar mi primera carrera de 10 km y luego participar en un maratón de relevos me ha aportado una sensación de orgullo de mí misma que no había conocido antes. He pasado más tiempo que nunca en mi propia compañía. He escuchado a mi propio cuerpo y he confiado en él con todas mis fuerzas, algo que nunca hubiera logrado de no haberme calzado las zapatillas y haberme lanzado un buen día a correr. Terminar mi primera carrera en solitario me ha hecho darme cuenta de cuánto necesito a mi comunidad, algo que nunca antes me había permitido.
A la hora de correr, los tiempos y los kilómetros cuentan, pero la actitud con la que nos enfrentamos a la carrera es igualmente importante. Fijarse metas e imponerse una disciplina está muy bien, pero sin un compromiso sincero con nuestra propia autoestima nunca conseguiremos nuestros propósitos.
Los mejores artistas que conozco son personas que se han mantenido fieles a sí mismas, como Carrie Mae Weems, Alma Thomas, Simone Leigh o Mickalene Thomas. Artistas afroamericanas que cuentan su historia sin tapujos, inspirando a otras mujeres como ellas a vivir su propia verdad. Visto de esta forma, no debe sorprendernos que el running, el arte y la escritura sean una fuente de inspiración para tanta gente. Son logros íntimamente ligados a nuestra naturaleza orgánica, a nuestra honestidad como seres humanos.
Vivimos una época revuelta e inestable, puro caos de energía, como el running. En medio de este mundo turbulento, correr nos sitúa de plano en el centro de nosotros mismos con brutal honestidad. No corremos para alejarnos de algo, pero tampoco hacia un objetivo. Correr en sí puede ser la meta. ¿A dónde te llevará tu próxima carrera?