

La atleta de On y corredora etíope es conocida por su gran versatilidad y su tendencia a darle mil vueltas a sus competidoras en la pista.
Texto de Hannah Borenstein.
En marzo de 2024, docenas de fondistas en EE. UU. viajaron hasta San Juan Capistrano (California) para correr 10 000 m en pista. A este evento, conocido como “The TEN” en el circuito estadounidense, los atletas suelen llegar en unas condiciones óptimas para obtener las mínimas mundiales y clasificarse para campeonatos internacionales. Tan solo tres mujeres de EE. UU. lo consiguieron, pero la fondista etíope Tsigie Gebreselama llegó a sacarle más de 40 segundos de ventaja a la segunda clasificada, arrasando con un tiempo de 29:48:34 con el que también superó su marca personal.
“Esa carrera me hizo ganar mucha confianza —señala Gebreselama—, sobre todo porque ahí pude confirmar que mi entrenamiento estaba funcionando”.
Correr 10 000 m en pista puede llegar a romper al fondista más experimentado: con 25 vueltas rápidas y ningún lugar donde esconderse, supone un gran reto mental y físico. Gebreselama, en cambio, disfruta de la monotonía de la prueba.
Le encanta dar vueltas y más vueltas, incluso en los entrenamientos. “Mi entrenamiento favorito consiste en hacer 25-30 kilómetros de trabajo en la pista”, explica, ya que esto le permite centrarse únicamente en correr y no en el terreno. “Me resulta relajante estar tan concentrada. Me encanta, nunca me canso de ello”. Tras una pausa, añade: “Supongo que, al margen de lo exigente que sea, el trabajo es vida, y para mí es un placer”.
Lo que podría interpretarse como una enigmática pasión por la monotonía se entiende mejor (como todo) con algo de contexto: la monotonía de correr con metrónomo supone todo un alivio para la incertidumbre que ha reinado en la vida de la atleta en los últimos años.
Gebreselama nació en la región de Tigray, en la zona norte de Etiopía, y creció en el seno de una familia numerosa: es la segunda de cuatro hermanas y cuatro hermanos. Empezó a correr en la escuela, y pese a que en un principio se centró en los 400 y los 800 metros, pronto pasó a pruebas de mayor distancia y a descubrir sus fortalezas.
“Mi padre siempre me animaba. Cuando iba a entrenar, a veces me daba unos cuantos birr (la moneda etíope) para pagarme el transporte de vuelta —dice—. Al llegar a casa, siempre se aseguraba de que desayunara en condiciones y de transmitirme ánimo y confianza con sus palabras”.
Sus amigas del colegio, que también notaron su potencial, la animaban a seguir. Al conocer a otras corredoras en ciernes, Gebreselama descubrió las oportunidades que correr podía brindarle. A pesar de la tradición de largas distancias que existe en Etiopía, Gebreselama sabía muy poco sobre su historia cuando empezó. “Más adelante, cuando empecé a competir bien, me enteré de las oportunidades financieras y de otra índole que el deporte podía brindarnos a mí y a mi familia, así que empecé a tomarme más en serio mis entrenamientos”.
Contar con ese apoyo le ayudó mucho. En la categoría juvenil, a Gebreselama le fue bien, tanto que acabó clasificándose para los Mundiales de Atletismo de 2018 Sub-20 en Finlandia, en los que quedó tercera en los 3000 m. En 2020, compitió en la prueba de 10 000 m en los Juegos Olímpicos de Tokio, y ese verano supo que tendría ocasión de correr su primer medio maratón en Nueva Delhi (India). La carrera, programada para últimos de noviembre, sí que tuvo lugar según lo previsto, pero por desgracia ella nunca llegó a la línea de salida.
A principios de ese mes, estalló la guerra en Mekele, donde Gebreselama vivía y entrenaba; el gobierno federal interrumpió las comunicaciones en la mayor parte de la región.
“Durante un mes, no pude entrenar nada —rememora Gebreselama—, ni siquiera podía salir a la calle por el conflicto”. Tampoco pudo mantener contacto alguno con amigos y familiares fuera de la región durante cinco semanas.
“Llegados a ese punto, mi marido [Daniel Gidey] y yo empezamos a plantearnos seriamente mudarnos a Adís Abeba”. Gidey era el entrenador a tiempo completo de Gebreselama en ese momento. Mucha gente los había animado a hacerlo antes de la guerra porque así resultaría más fácil viajar a las competiciones, pero en diciembre de 2020, se convirtió en una cuestión de supervivencia.
Tras dejar a su familia en Tigray, Gebreselama se desplazó a Adís Abeba para entrenar. En enero de 2021, ganó la Great Ethiopian Run o GER, la mayor carrera de asfalto de África y un trampolín para algunos de los mejores corredores del mundo. “Muchos de los que ganan la GER acaban triunfando —dice Gebreselama—. Es un gran paso: si ganas una competición allí, puedes ganar donde sea. Fue un momento importante para mi carrera”.
“No supe mucho de mi familia en aquellos momentos —comenta Gebreselama—. Me mudé a Adís Abeba para entrenar y estaba encantada de tener la oportunidad, pero estaba muy sensible y sufrí mucho por mi familia. Los teléfonos seguían sin funcionar y no podíamos comunicarnos, así que decidí seguir entrenando con la esperanza de que volviera la paz”.
Durante este tiempo, Gebreselama le cogió el gustillo a las carreras de fondo. Con tanta incertidumbre en el mundo (especialmente en su lugar de origen), dar vueltas suponía una forma de evasión que le venía muy bien.
Tras ser seleccionada para representar a Etiopía en los Juegos de 2021, Gebreselama cargó con ese peso emocional mientras entrenaba para su gran cita olímpica. Sin embargo, se lesionó y tuvo que retirarse, así que desde entonces se centró en redimirse en París.
A principios de 2023, Gebreselama empezó a entrenar con el On Athletics Club (OAC) en Boulder (Colorado). Poco antes, el gobierno etíope empezó a reanudar las telecomunicaciones con la región, lo cual le permitió comunicarse de forma frecuente con su familia.
Esto hizo que viajar tan lejos ya no le supusiera un gran problema. Su viaje inicial, en septiembre de 2023, fue una especie de prueba: “Tras evaluar mis avances en los entrenamientos, me invitaron a volver, así que eso fue lo que hice. Me quedé y seguí entrenando, y me fue muy bien. La idea de ampliar mi estancia surgió de ellos”.
Tras un viaje a Etiopía, Gebreselama volvió a EE. UU. otras diez semanas, donde consiguió encontrar su ritmo. Poco a poco, fue adaptándose al estilo de vida local, como por ejemplo, a entrenar a horas menos intempestivas de las que estaba acostumbrada. “En Etiopía, la mayoría de los atletas prefieren entrenar temprano, antes de que el sol esté demasiado alto. Aquí empiezan más tarde, a veces pasadas las 9, pero a mí no me costó adaptarme a este horario”, señala Gebreselama.
“Las primeras sesiones se presentaba allí y nos hacía mucha gracia, porque se limitaba a vernos estirar antes de correr”, comenta la atleta del OAC Sinta Vissa. “La primera vez que vino se mostró muy callada y retraída, pero después, cuando ya vino para más tiempo, se adaptó muy bien a nuestro estilo de vida. Acabamos conociéndola tal y como es, alguien muy amable y auténtica”.
Todos los miembros del OAC le enseñaron a Gebreselama muchas cosas sobre sí misma. “Al principio entrenaba mucho con Alicia Monson —comenta—. Trabajamos muy bien juntas, pero mientras ella se recupera de una lesión, he tenido ocasión de reforzar otras partes de mi entrenamiento con Sage Hurta-Klecker, con Vissa o por mi cuenta”.
“Algunos atletas etíopes lo pasan mal cuando salen del país por largas temporadas” —señala Gebreselama—. Echan de menos la injera [el pan típico de Etiopía] y sus entrenamientos. Pero a mí no me importa: la verdad es que en Etiopía tampoco es que lo coma muy a menudo. Prefiero el arroz, la pasta y otras cosas parecidas que como en América”.
Gebreselama volvió a Etiopía antes de los Juegos, ya que la Federación Etíope de Atletismo exige que los integrantes del equipo olímpico convivan en un hotel en Adís Abeba varias semanas antes del evento. Ritzenhein le pasaba sus planes de entrenamiento, y Gidey le ayudaba con su programación.
Gebreselama sigue llamando a su familia en Tigray, y pese a que ninguno de sus hermanos ni hermanas ha empezado todavía a correr, ella espera que eso cambie pronto: “Sé que a mi hermana pequeña le gusta; se nota por las cosas que dice. Estoy dándole vueltas a cómo animarla a empezar a correr conmigo”.
Gebreselama sigue entrenándose a fondo, pero ahora su familia puede llamarla cuando quiera y recordarle —al igual que su entrenador y sus compañeros de entrenamientos en el OAC en EE. UU.— que no les cabe ninguna duda de que tiene lo que hace falta para destacar a nivel internacional. Esta temporada deportiva no ha hecho más que empezar.