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Reescribiendo nuestras historias: correr en tiempos inciertos
Running in uncertain times

La veterinaria y ultracorredora, Kirra Balmanno no teme a los desafíos o a la imprevisibilidad. Pero el 2020 ha sido un tipo de prueba totalmente nueva para todos nosotros. Balmanno nos comparte en esta historia cómo las lecciones que aprendes en las montañas pueden ayudarnos a todos a adaptarnos a la incertidumbre.

Por Kirra Balmanno  

El tiempo es un concepto fantástico en Nepal, especialmente cuando estás atrapada en la belleza del Himalaya, entre las montañas más altas que existen. Donde el único reloj a batir es el que desaparece suavemente detrás de los picos cada noche, dando a las montañas un brillo surrealista. No importa el hambre y el frío, es imposible no detenerse un momento para asimilar el impresionante paisaje. El atardecer en Nepal es un regalo para los ojos.  

Al menos así es como imaginaba estar presenciando las puestas de sol a principios de 2020, cuando On me entregó la información para mi próximo proyecto: correr a través del distrito Mustang de Nepal. Una región acertadamente llamada “el último reino prohibido”, rica en cuevas y mitos, escasa en moléculas de oxígeno y empapada de una cultura budista tibetana intacta. Los antiguos monasterios despiertan la imaginación de los 1000 visitantes que pueden entrar en la región cada año. Cuentan leyendas en estos parajes sobre los monjes de Lung-gom-pa que corren a través de los altos desiertos alpinos, junto con historias de criaturas míticas como el yeti y el leopardo de las nieves.

Cada año, una grupo de corredores hambrientos de aventura se reúne en la aldea de Kagbeni para comenzar una búsqueda de ocho días a través de la región transhimalaya que bordea el Tíbet: la Mustang Trail Race. Había planeado participar en la carrera, saltarme el viaje en avión ligero en Yeti Air y en su lugar correr los 100 kilómetros para llegar a la línea de salida subiendo el río Kali Gandaki en el valle Muktinath. 

¿Por qué? La vieja pregunta que nosotros, los que nos identificamos como corredores, nos hacemos tan a menudo. Porque la trascendencia que encuentro a través de la incomodidad es una pequeña obsesión mía, supongo. O tal vez me afecte aquí la teoría del Peak-End, que afirma que las experiencias se recuerdan solo por cómo se sienten en su cima, permitiéndome olvidar el frío y la dureza que realmente se siente al correr cientos de kilómetros a altitudes de hasta 6000 metros. Todo lo que recuerdo es la sensación de libertad que siento al correr en en las cimas del Himalaya. Donde el tiempo es una construcción ilusoria, muy parecido al 2020 en general.  

Así que, allí estaba yo, en la Sunshine Coast de Australia, con las maletas hechas y el brillo sacado a las Cloudventures preparada para la magia del Himalaya. Ya había reservado los vuelos para un año entero, una colección de carreras fascinantes y lugares exóticos me esperaba. El año más “planificado” que he tenido desde 2016, cuando dejé Oz (forma coloquial para referirse a Australia en inglés) y me embarqué en un viaje involuntariamente espiritual/nómada en búsqueda de puntos verdes en las rocas de las montañas de Al Hajar, enfermando en el Caúcaso, explorando cada rincón de los Alpes Wallis de Suiza y usando mi móvil como linterna mientras corría en la oscuridad hacia el Annapurna Base Camp mission   

Fue entonces cuando el mundo cerró sus puertas y nos confinó a todos en nuestras casas: la pandemia había llegado.

2020 ha significado un reto para toda la humanidad. No me lamenté de que mis planes se cancelaran, era imposible pensar en eso mientras médicos nos pedían a los veterinarios que prestáramos máquinas de ventilación para su uso en humanos. Sin embargo, ha sido un momento para la reflexión, y afortunadamente tengo mucho que agradecer ¡Hasta pude embarcarme en algunas carreras de montaña que fueron increíbles! Así que hoy no voy a contaros mis aventuras épicas en el Himalaya, solamente mis reflexiones sobre cómo reescribir la historia, cómo cuando se pierde una oportunidad, siempre se puede buscar una nueva. Seguro que podrás identificarte con esta historia, ya que la mayoría de las personas han visto sus planes truncados y han sufrido cambios radicales en el año 2020.

Perdiendo el norte:  Aprovecho para compartir con vosotros algunas de las lecciones más impactantes que he aprendido gracias al haber corrido largos periodos, y a menudo sola, en las altas cadenas montañosas del mundo. 

Gratitud

Con los pies en la tierra y agradecida, mi reacción inicial a la crisis de la COVID-19 fue: «Vale, esto es lo que hay. Aceptemos la situación y tracemos un nuevo plan. Hay lecciones que se pueden encontrar aquí igual de valiosas que la aprendida cuando mi linterna se apagó en Chomrong y necesitaba volver a Nyapul». Mi ingenuidad optimista también me hizo asumir que en poco tiempo podríamos volver a explorar el mundo. 

Me impresionó mi propia adaptabilidad, pero mi positividad que normalmente es muy fuerte se fue diluyendo progresivamente a medida que los días se convertían en semanas y luego en meses. Me fui cansando poco a poco de apartar mi mente de seguir soñando con la montaña. Le pedí amablemente a mis pacientes de cuatro patas que estuviesen tranquilos, pero cada vez me resultaba más difícil a mi misma. Una viajera empedernida con una inclinación por los paisajes de montaña y los climas más duros, encerrada en un oasis tropical rodeado de playas perfectas, abdominales perfectamente bronceados y abundantes suministros de papaya fresca y yogur de coco. ¿Os imagináis? Necesitaba cambiar la narrativa para poner las cosas en perspectiva.

Después de un día especialmente ocupado en la clínica, tuve una impactante conversación telefónica con mi querido amigo Ram. Ram vive en Nepal y es dueño de su propia empresa de senderismo. Tiene trabajadores a su cargo y su negocio depende de los turistas y de que el Himalaya permanezca abierto al mundo. También suele visitar Europa cada verano para correr ultra maratones porque es rápido, ¡muy rápido! Recuerdo la primera vez que nos encontramos, recogiéndolo en la estación de Chamonix y conduciendo juntos hasta la línea de salida del Ultra Tour Monte Rosa. Estoy bastante segura de que llevaba la zapatilla izquierda sujeta con cinta adhesiva. Y quedó segundo.  

Le pregunté cómo iba todo por Nepal.  Honestamente esperaba muy malas noticias. En su lugar, Ram me dio la respuesta más positiva que había escuchado desde que comenzó la pandemia: «Tenemos mucha agricultura aquí, así que hay una abundancia de alimentos. No puedo salir a hacer senderismo en este momento, así que he estado ayudando a una organización benéfica local a llevar teléfonos y tablets para ayudar a la educación de los niños en las áreas regionales». Así como la zapatilla rasgada no había impedido que Ram hubiese hecho una carrera excelente en el ultra, el COVID-19 no le impidió tampoco hacer cosas increíbles durante la pandemia.  

Esta capacidad de ver lo positivo y sacar el máximo provecho de unas circunstancias inesperadas me cambió la perspectiva. No estoy segura de que Ram sepa cuánto influyó esta pequeña conversación en mi perspectiva, pero fue para mi un momento muy importante que me ayudó a estar agradecida de lo positivo y rendirme ante lo que no se puede controlar.

La naturaleza de lo no permanente

En las carreras de montaña, a veces el camino que sigue es un desolado paso alpino a gran altitud que no tiene mucho que ver. Sin embargo, unos cuantos pasos y respiraciones más allá se revelan los exuberantes y verdes valles de senderos bordeados de flores más allá de la cima. Si podemos aceptar estas áridas y grandes subidas por lo que son y por todo lo que nos dan - gratitud, crecimiento, y glúteos más fuertes - entonces el descenso no solo será más dulce, sino que lo viviremos más, reconociendo plenamente el esfuerzo que nos ha llevado. 

La aceptación y el aprecio tanto por las subidas como por las bajadas, es decir, los altibajos de la ruta (y la vida), sustituyen el anhelo de querer siempre lo fácil y rechazar las rutas escarpadas. Esta aceptación puede liberarnos del sufrimiento. En otras palabras: busca la ecuanimidad

Meditar

Entre las carreras por etapas de varios días que rodeaban algunos de los picos más altos del mundo y la selección de los campos base en el Himalaya, había invertido previamente diez días de mi vida en sentarme en silencio y encontrar lecciones similares a la resistencia en las técnicas de meditación Vipassana.  

El año pasado, en algún lugar entre Innsbruck en Austria y el Valle de Engadin en Suiza, perdí mi ritual diario de meditación, ya que las montañas me ofrecían el mismo momento contemplativo y la dosis diaria de armonía necesaria. En 2020 he recuperado la práctica adaptándola al nuevo escenario muy lejano de senderos solitarios y montañas aisladas.  

Glaciares metafóricos: El obstáculo en el camino

Los obstáculos a los que nos enfrentamos a menudo no son tan literales como cruzar un río glacial congelado para llegar a un destino nocturno o escalar una pared rocosa para alcanzar el siguiente pico. Las paredes heladas de este año han sido predominantemente de tipo metafórico, situándose entre nosotros y nuestras metas. Por ello, siempre hay que aprender a superar obstáculos de hielo y a escalar paredes rocosas, tanto literal como figurativamente.  

Encontrar el ritmo de la naturaleza

Además de una puerta de entrada para una perspectiva más pacífica, la inmersión en la naturaleza ha demostrado hacer todo tipo de bien a nuestro sistema inmunológico, como el aumento de los niveles de linfocitos o células NK (del inglés Natural Killer) son células asesinas naturales que trabajan para eliminar las células infectadas por virus. No es que necesitemos una excusa científica para sumergirnos en una selva tropical y encontrar la felicidad completa entre raíces y hojas verdes.Estando en Oz, hice cada día el circuito de 7km a través de los jardines botánicos locales en Maroochydore, un suburbio de la región Sunshine Coast, para respirar aire fresco y disfrutar del entorno natural. 

Dibujando nuevos caminos

Salir a correr durante una pandemia

En septiembre tuve la oportunidad de volver a los Alpes. A través de la cordillera, en Carintia, y de las cumbres del amanecer en Zermatt, volví a Innsbruck justo a tiempo para el comienzo del Festival Alpino de Innsbruck que había sido aplazado a estas fechas. Ciento quince kilómetros de senderos complicados y sencillos supusieron un momento perfecto para reflexionar sobre cómo seguir con las carreras durante una pandemia. Me metí en un mar de corredores con mascarilla, todos a un metro y medio de distancia, con Tay-Tay (Taylor Swift) a toda potencia en mis auriculares y salimos a navegar las montañas más frías que hay bajo la luna. La falta de preparación, seguida de un poco de sobre-entrenamiento, no era una gran receta para el éxito, pero no podía negar mi gratitud y emoción por la oportunidad de competir una vez más, especialmente teniendo en cuenta que el virus ha sido el titular dominante en las noticias mundiales durante la mayor parte de este año.  

Comenzar un ultra es una sensación única, con pandemia o sin ella. Entras en la carrera sabiendo que habrá algunas bajadas profundas y algunas subidas duras, pero no tienes idea de cuándo, dónde, y cuánto tiempo durará cada ola de emociones. La belleza que encuentro en este deporte único es sentirlo todo y apreciarlo por lo que es, aceptando que el cambio es la única constante y el dolor y el placer son sólo experiencias, recordándonos lo que significa estar vivo.  

En un año con tanta incertidumbre (y tantas metáforas), esta carrera ultra me sirvió como un hermoso recordatorio para abrazar lo desconocido, encontrar fuerza a través de los desafíos y me  demostró que es posible reescribir nuestras historias y encontrar la aventura en el más inesperado de los lugares (y tiempos).