

La atleta de On y corredora de obstáculos americana Courtney Wayment habla de la confianza en sí misma para superar dificultades y de la importancia de la sororidad.
Texto de Sheridan Wilbur. Fotografía de Kennett Mohrman.
“¿De verdad puedo pasar por encima de eso?”, se pregunta Courtney Wayment. A menos de 800 m del final de la carrera, la corredora americana mira una de las dos últimas barreras blancas y negras de más de 76 cm. Además, debe superar un foso de agua de casi 70 cm en la parte más profunda. Y todo eso, sin perder su ritmo de 3:03/km. Las piernas le pesan por el ácido láctico y la fatiga. “Tengo que levantar mucho para poder superarlo”, recuerda.
La adrenalina la invade cuando se acerca el momento del salto. Su instinto prevalece sobre las dudas. “En ese momento alcanzas otro nivel de superación”. Esto no es ninguna pesadilla: son 3000 metros obstáculos en una pista exterior, y el cuerpo de Wayment intuye antes que su mente que hay que ir a por el obstáculo.
Los orígenes de esta prueba se remontan a una carrera de caballos irlandesa del siglo XVIII. Los jinetes iban desde el campanario de un pueblo hasta el siguiente, saltando sobre los arroyos y los muros bajos de piedra que separaban las fincas que iban encontrando por el camino. El primer equivalente corriendo del que se tiene constancia no tuvo lugar hasta pasados cien años, en 1850, en la Universidad de Oxford. Desde entonces, la potencia de las piernas se antepuso a la de los caballos, y 28 barreras fijas más siete saltos de ría y fosos sustituyeron a los obstáculos naturales.
En los Juegos Olímpicos de 1920, esta modalidad se estandarizó con una distancia de 3000 m. La prueba se abrió a las mujeres en el Campeonato Mundial de 2005 en Helsinki, e hizo su debut olímpico en 2008 en Pekín. Ahora, dieciséis años después y con París 2024 en el horizonte, son mujeres como Wayment las que están impulsando esta carrera tan poco convencional.
“De pequeña no quería correr”, reflexiona la atleta de 25 años. “Soy combativa e independiente por naturaleza, así que cuando la gente me decía cosas como, ‘Deberías hacer esto o lo otro’, yo pensaba: ‘No, no tengo por qué hacer nada’”.
Sus padres nunca la presionaron en ese sentido (“Seguramente lo odiaría si lo hubieran hecho”); descubrió lo gratificante que le resultaba correr en clase de gimnasia. Su padre, siempre sincero, le puso los pies en el suelo: “No eres tan rápida como tú te crees”. Al día siguiente, Wayment decidió apuntarse al equipo de atletismo para demostrarle que estaba equivocado.
“Soy muy obstinada, y por aquel entonces eso suponía muchas barreras”.
Como estudiante en Brigham Young University (BYU) en Provo, Utah, Wayment arremetía contra esas barreras. Lo cierto es que nunca había corrido esa prueba, pero en su primera conversación con la entrenadora Diljeet Taylor declaró ser “corredora de obstáculos”. A Taylor le fascinó el convencimiento de aquella novata. El padre de Wayment fue corredor de obstáculos All-American dos veces en la década de los 80, en Weber State University, y ella se veía capaz de alcanzar un éxito similar. “He nacido para hacer esto en la pista”, le dijo a Taylor.
Hoy, Wayment sigue hablando de esta prueba como su vocación. “Esto es lo mío”, afirma. Lo cierto es que los obstáculos no son algo que debamos eliminar, sino una característica que nos define.
Durante sus primeros años en BYU se dedicó a perfeccionar su estilo, pero no tiene reparos en admitir que “no era nada del otro mundo”. En 2017, sufrió una decepción al quedarse fuera de los campeonatos nacionales. Mientras veía las pruebas de la NCAA (la Asociación Nacional Deportiva Universitaria de EE. UU.) desde la grada en Hayward Field, se hizo una promesa: “Algún día seré campeona a nivel nacional”.
El año siguiente, dos fracturas por estrés en la tibia hicieron que perdiera velocidad: su cuerpo le estaba pidiendo a gritos un descanso. “No conseguía recuperarme de esa lesión; era muy frustrante”, reflexiona. “Pensaba que había dado todos los pasos adecuados en la vida para triunfar”. Entonces se vio obligada a tomarse seis meses de descanso y olvidarse del ejercicio durante los tres primeros por prescripción facultativa. “Sentía que mi sueño se me escapaba entre los dedos; no quería formar parte de algo que me estaba rompiendo el corazón”.
La relación de Wayment con la entrenadora Taylor se vio reforzada en la adversidad. “Cuando estás en lo más alto, es muy fácil decir que te encanta y que es todo genial, pero cuando es al contrario, sientes que se te viene el mundo encima. Cuesta mucho ver el lado positivo... y ahí es donde estaba yo. Hasta la fecha, esa lesión es una de las cosas más duras que me han pasado en la vida”.
A punto de abandonar, llamó a Taylor en plena noche totalmente desolada. “Ella siempre me prioriza como persona en lugar de verme solo como atleta”, dice Wayment. Y Taylor no dudó en ponerse al teléfono para calmarla: “Puedes hacer lo que quieras, pero no te voy a dejar abandonar en tu peor momento; te lo debes a ti misma”.
En 2019, Wayment tuvo que hacer frente a otra lesión por estrés en el fémur, seguida de la pandemia mundial que hizo que se cancelara la temporada 2020. Durante cuatro años, no saltó ni una sola valla. “Llegué a pensar que igual no estaba hecha para este sueño, pero me propuse quitarme esa idea de la cabeza y centrarme en dar lo mejor de mí”.
Cinco años después de ver los campeonatos nacionales desde la grada de Hayward, Wayment volvió para afrontar su última carrera universitaria con otra perspectiva. “Había aprendido el valor de la paciencia: nadie triunfa de la noche a la mañana”. Con un final de película, Wayment cruzó la meta en 9:16, batiendo el récord de 3000 metros obstáculos de la NCAA por más de ocho segundos. Acabó su carrera universitaria con cuatro títulos de la División I de la NCAA (haciéndose también con los 5000 m, 3000 m en interior y el relevo sueco de BYU), además de un cuarto puesto en los Trials. “Los momentos duros hacen que los triunfos se saboreen más”.
Aún así, seguía sin verse como profesional. Inspirada por la entrenadora Taylor, todo su afán era entrenar a otros, pero su familia supo ver que tenía un don. La versión más joven de Wayment, a la que no le gustaba que le dijeran lo que tenía que hacer, habría sido más obstinada, pero admite que eligió abrirse a la posibilidad de alcanzar ese sueño.
Wayment envió un mensaje a la entrenadora Taylor: “Oye, quiero correr de forma profesional, ¿cómo lo hacemos?”.
Bajo la dirección de Taylor en Taylor Made Elite (un grupo de corredoras profesionales en Provo), ahora sigue entrenando con sus antiguas compañeras de BYU, Whittni Orton y Anna Camp Bennett. “Ellas van a ser mi gente el resto de mi vida”, dice Wayment. “Este deporte puede romperte el corazón, pero estar rodeada de buenas personas hace que merezca la pena”.
La sororidad reinante en BYU tiene cierto aire místico vista desde fuera. Para Wayment, se trata de un vínculo sagrado. Los nombres de compañeras con las que corría hace casi diez años siguen apareciendo a diario en su teléfono. “Aún nos mandamos mensajes y mantenemos el contacto”. También sigue muy de cerca a sus “hermanas pequeñas”, las atletas actuales. “Me siento muy vinculada a ellas”, afirma. Este apoyo le da la seguridad que necesita para asumir más riesgos en el plano deportivo.
En 2023, su primer año como atleta profesional para On, obtuvo mejores resultados que nunca: una final mundial, una final de la Diamond League, entrar en el equipo de EE.UU. “Hubo muchas cosas buenas, pero yo no estaba satisfecha. Fue una temporada y un año de muchas emociones”.
Después de acabar decimoquinta en el Campeonato Mundial del año pasado, me dijo esto: “Si tengo paciencia, algún día lo conseguiré”.
Cuando Wayment corrió en la BU John Thomas Terrier Classic en Boston el pasado enero, todo su trabajo y su confianza en sí misma dieron fruto: clavó la mínima olímpica de los 5000 m en 14:49, con un récord personal de 26 segundos. “Yo solo quería bajar de 15 minutos, no sabía que podía llegar a tanto, ¡me sorprendió muchísimo!”, comenta. Wayment corrió una carrera de dos millas en Millrose algunas semanas después con una marca de 9:24. Con más estoicismo, ahora ve sus carreras de interior como un indicador de su forma física. “Ahora conozco mi punto fuerte: tengo el motor a punto para las carreras al aire libre”.
Le pregunté qué entiende ella por un buen año. En las pruebas de 2020 \[que tuvieron lugar en 2021], obtuvo un agridulce cuarto puesto. Desde entonces, Wayment ha demostrado su valía en el equipo de EE.UU. para el Campeonato Mundial en dos ocasiones.
“Pasármelo bien y disfrutar del deporte es mi máxima prioridad. El año pasado hubo un momento en el que no lo conseguí, no me lo estaba pasando bien y así soy incapaz de hacer nada”. Para Wayment, las personas son tan importantes como el podio.
Ahora conecta con su padre a través de las carreras de obstáculos. “Él entiende todo el dolor y toda la diversión que implica, es algo especial y nos ha unido aún más”.
Tanto en los obstáculos como en la vida, el éxito de Wayment reside en el esfuerzo, con todos los altibajos, las dificultades y los riesgos que entraña. “Soy una corredora de obstáculos al cien por cien”, afirma. A pesar de las barreras, Wayment se mantiene fiel a sí misma. Las barreras son el camino. Al menos, para toda corredora de obstáculos que se precie.