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Siempre hay margen para crecer: Dathan Ritzenhein y el OAC

El entrenador y exatleta olímpico estadounidense Dathan Ritzenhein explica la filosofía a largo plazo con la que guía hacia la gloria al On Athletics Club (OAC).

Texto de Devin Kelly. Fotografía de Colin Wong.

“Algo se nos ocurrirá”.

Eso fue lo que Dathan Ritzenhein le dijo a George Beamish en 2020 mientras atravesaban en coche las altas llanuras de Colorado camino del aeropuerto. Beamish estaba a punto de separarse de su nuevo equipo y de su nuevo entrenador durante meses: tenía que volver a Nueva Zelanda (su país de origen) para tramitar su visado. Es ese momento, no solo estaba lidiando con una serie de lesiones que Ritzenhein me acabó describiendo como, básicamente, “dos piernas rotas”, sino que, además, amenazaba con desatarse una pandemia mundial. Las Montañas Rocosas se perfilaban en el horizonte, y la esperanza de un futuro prometedor en el atletismo cosechando grandes éxitos profesionales estaba a punto de esfumarse.

Pero tal y como dijo Dathan, algo se les ocurrió: un plan de entrenamiento personalizado que incluía varios días libres por semana, la colaboración de un coach y terapeuta (Jason Ross) y el apoyo incondicional de un equipo entero de jóvenes atletas. Casi cuatro años después, Beamish acabaría superando a algunos de los mejores corredores del mundo lanzando un ataque salvaje en el tramo final y haciéndose con el oro en los 1500 metros del Mundial de Atletismo en Pista Cubierta de Glasgow. Y por si esto fuera poco, también representó a Nueva Zelanda en los Juegos Olímpicos de París de 2024.

Algunos entrenadores no serían capaces de conectar esos dos momentos como parte de una misma historia; para mucha gente, cuatro años es mucho tiempo. Pero para Dathan Ritzenhein, el entrenador del On Athletics Club, son solo una pequeña parte de un largo proceso. Para un entrenador cuya filosofía es que “siempre hay margen para crecer”, alguien como Beamish representa uno de sus principios básicos: “No puedes centrarte en lo inmediato, siempre hay que mirar a largo plazo”. Según Ritzenhein, alguien como Beamish tenía –y sigue teniendo– “todo el talento del mundo”, pero había que desarrollarlo “a lo largo de los años”. La historia, que acabó con la vuelta de honor de Beamish en la pista cubierta de Glasgow –portando la bandera con orgullo y una sonrisa de oreja a oreja–, debería incluir aquella conversación en el coche camino de aquel aeropuerto en Colorado. Un atleta no son solo sus resultados, sino los miles de momentos (ordinarios y extraordinarios, públicos y privados) que forman parte de su vida cotidiana. 

“No puedes centrarte en lo inmediato, siempre hay que mirar a largo plazo”.

“La base de todo”, me dijo Ritzenhein cuando pasé una temporada con un grupo de atletas mientras entrenaban en St. Moritz, “es el trabajo constante, no hay más”. Así pues, no sorprende que en 2024, cuatro años después de la fundación del On Athletics Club, Ritzenhein haya pasado un verano inmerso en prestigiosas pruebas internacionales de atletismo (con la presión que esto conlleva), entrenando a un equipo de ocho atletas olímpicos que representan a más de media docena de países. No es una casualidad: una gran parte de este éxito se debe a su filosofía y a su nivel de compromiso como entrenador.

No obstante, según el propio Ritzenhein, este ha sido “el año más duro” para el OAC. A muchos de los atletas del equipo les está yendo muy bien en la escena internacional y “están empezando a labrarse su propio camino”. Para Dathan, alguien con un gran afán de involucrarse en el trabajo y en la vida de sus pupilos, esto le ha hecho “querer estar en todas partes”, y eso es imposible. En abril de este año [2024], mientras estaba animando a Morgan McDonald y Ollie Hoare en los Campeonatos Nacionales de Australia, tuvo que conformarse con ver a Helen Obiri ganar el maratón de la ciudad de Boston por el móvil desde de un avión. Él mismo reconoce que debió parecer totalmente “desquiciado” con los ojos fijos en una pequeña pantalla y hecho un manojo de nervios: era un entrenador tratando de transmitir su entrega a miles de kilómetros de distancia.

“La base de todo es el trabajo constante, no hay más”.

Fue un entrenamiento y no una carrera lo que hizo que me interesara tanto por el enfoque de Ritzenhein como entrenador: en una sesión que alguien grabó y subió a YouTube en enero de 2023, seis de los atletas del OAC bajan de los cuatro minutos en los 1600. Esto sucede en una pista cubierta en altura en Boulder, Colorado. Es una escena espectacular: los seis atletas —Beamish, Joe Klecker, Olli Hoare, Yared Nuguse, Mario García Romo y Jonas Raess— corren con zancadas largas, relajados y juntos. Sin embargo, para mí el protagonista absoluto no es otro que Ritzenhein: en el área central, justo en el foco de la cámara, Dathan corre a un ritmo feroz de un lado a otro de la pista, cantando los tiempos y alentándolos. Y lo que más me llamó la atención la primera vez que vi esto —y lo que más me sigue llamando la atención a día de hoy— es que jamás les levanta la voz. En lugar de eso, no para de hacer comentarios positivos; se muestra totalmente tranquilo mientras sus atletas lo dan todo en la pista. Las únicas palabras que pronuncia son good (bien) y great (genial), y las repite una y otra vez. Una potente muestra de apoyo en un mundo en el que, por desgracia, las posiciones de poder suelen estar vinculadas a actitudes tóxicas. 

Cuando le pregunté por ese entrenamiento, me respondió que a veces, en una misma sesión, “un atleta las está pasando canutas y a otro le está yendo de cine”, por lo que lo más importante es ser una “presencia estabilizadora”. Esto explica su calma, su aplomo, su positividad mientras sus atletas corren a su alrededor, cada uno de ellos muy consciente de estar haciendo algo increíble. Si se emociona demasiado, corre el riesgo de meter mucha caña a un corredor y estresar al que está al límite, así que prefiere darles espacio para que cada uno encuentre su propio ritmo. A fin de cuentas, estamos hablando de algunos de los atletas con mayor determinación del mundo. Ritzenhein es muy consciente de que ellos siempre son capaces de autoexigirse, por lo que su papel tiene más que ver con apoyarlos que con motivarlos. Se trata de ser alguien capaz de ayudar con todo lo que implica esa ayuda: el éxito, el fracaso, la ansiedad, el desgaste, el estrés y las ganas. En una entrevista del año 2022 con Beamish, el deportista se refiere a su entrenador como alguien “totalmente en sintonía con las necesidades de un atleta” y “muy empático”.

 “...lo más importante es ser una presencia estabilizadora”.

En el ejercicio de su profesión, el psicoterapeuta Carl Rogers popularizó el término “aceptación incondicional” o, lo que es lo mismo, apoyar y aceptar a las personas tal y como son, sin juicios negativos. La idea es muy sencilla: consiste en crear un espacio para que las personas se expresen libremente y se sientan lo bastante cómodas como para evolucionar, modificar y explorar quiénes son en realidad. También se basa en la confianza y en la fe: hay que crear un espacio de fe en una persona –no solo en una parte de ella, sino en su totalidad, aceptando toda su belleza y sus cargas– de modo que esta pueda confiar en ti lo bastante como para atreverse a crecer en tu presencia. El ejercicio de la empatía y la comprensión es fundamental para el trabajo de Ritzenhein como entrenador, quien ve a sus atletas no solo como deportistas, sino como personas con sentimientos y motivaciones. Personas que inevitablemente pasan por distintos ciclos de éxito y de fracaso y por todos los estados intermedios. Junto con su entrenadora auxiliar en el OAC, Kelsey Quinn, Dathan entiende que sus atletas no solo son finalistas y aspirantes a ganar medallas de oro, sino también personas que requieren tranquilidad de camino a un aeropuerto o que necesitan una presencia estable mientras se dejan la piel en una sesión de entrenamiento. 

Cuando aceptó el trabajo como primer entrenador del OAC, On aún no tenía ni zapatillas de clavos que ofrecer al equipo, y Ritzenhein acababa de retirarse tras dieciséis años de carrera profesional y no tenía ninguna experiencia como entrenador. Ante semejante situación, hizo gala de la humildad que sigue caracterizándole. Cuando hablamos, me explicó lo importante que es la frase “No lo sé” para desempeñar su papel: “Si no sé algo”, me dijo, “tengo que encontrar a alguien que me ayude”. 

Sus atletas de entonces estaban en el mismo barco que él: jóvenes y recién salidos de la universidad, asumían un riesgo profesional enorme al unirse al equipo. Pero fue un riesgo que asumieron juntos. Algunos de los atletas originales del OAC, como Joe Klecker, incluso entrevistaron a Ritzenhein durante el proceso de selección (un proceso que, por cierto, le exigió volar a Boulder para hacer 32 kilómetros en bici junto a Joe). Dathan era un entrenador que estaba aprendiendo el camino y ellos, unos atletas tratando de encontrar el suyo: era inevitable que acabaran creando un vínculo extraordinario y que para algunos se convirtiera en algo más que un entrenador. “Tomé todas las decisiones por ellos como lo harías por un novato recién llegado al equipo de la universidad”, me dijo. Ritzenhein era su única referencia en el mundo del running profesional, y tuvo que “ayudarles a crecer en la vida y en el deporte”. Así pues, no es de sorprender que exista semejante conexión entre ellos. Años después de aquello y en el transcurso de nuestra conversación, Ritzenhein me confesaría “haber llorado con todos y cada uno de sus deportistas”.

 “Creo que he llorado con todos y cada uno de mis deportistas”.

Según hablaba, me hizo pensar en un trabajo que acepté hace un par de años, uno que aún conservo: entrenador adjunto del primer equipo de atletismo de mi instituto. Para todos mis atletas, su paso por el equipo es su primera toma de contacto con el atletismo y, cada carrera, una de las primeras que han corrido en su vida. Como entrenadores, tenemos que encontrar el equilibrio entre la elegancia y la motivación, entre la presión y la relajación, entre la urgencia y la levedad. Tenemos que enseñar a nuestros atletas cómo amar algo y mejorar en ello al mismo tiempo, cómo abrirse camino en este nuevo deporte a través de los éxitos y de los fracasos, muchos de los cuales son totalmente nuevos para ellos. Escuchando hablar a Ritzenhein, pensé en cómo, a pesar de que a menudo mencionamos las numerosas diferencias que hay entre profesionales y aficionados, la clave del éxito (lo definas como lo definas) pasa por conocerse a fondo. 

En un deporte tan personal como este, un entrenador tiene que ver a sus atletas como personas, no como meros resultados en el marcador de una pista. Ese nivel de implicación personal es solo una parte de por qué este verano ha sido tan importante para Ritzenhein; es un indicador más en un largo proceso que espera que continúe durante décadas. Y pese a que vivimos en una cultura enganchada a la gratificación inmediata, él sabe bien que todo esto —los resultados, los entrenamientos, los altibajos— forma parte de una partida más a largo plazo de lo que muchos de nosotros estamos dispuestos a admitir. Por eso estará ahí para todos y cada uno de sus atletas, ya sea junto a la pista, corriendo a su lado o en el asiento del conductor de un coche, recordándoles una y otra vez —sea cual sea el resultado— que hay tiempo, que algo se les ocurrirá, que siempre hay margen para crecer.