

Esta discreta estrella del OAC tiene una tortuga y le encanta batir récords, pero odia ser el centro de atención.
Texto de Matt Wisner. Fotografía de Jow Hale.
Este artículo aparece en el Issue 4 de OFF Magazine, disponible solo en inglés y a partir del 4 de septiembre en On.com.
12 de marzo de 2020. Parecía que se aproximaba el fin del mundo, pero yo no podía dejar de mirar mi feed de Twitter, viendo cómo las universidades retiraban a sus atletas de los campeonatos de atletismo de la NCAA el día antes de la competición. Aquello me afectó mucho. Todo el mundo estaba bastante de los nervios. Creo que me puse a llorar, pero a los cinco minutos ya había enviado un mensaje a mis amigos para organizar una fiesta, porque ¿qué otra cosa vas a hacer cuando tienes 21 años y no entiendes lo que está pasando?
Una hora más tarde me encontré por primera vez con Yared Nuguse, en una habitación de hotel que no era de ninguno de los dos. Probablemente había sido el favorito para ganar la milla ese día, pero nadie hablaba de ello. A esas alturas de la noche a nadie le importaba. Yared llevaba la camisa desabrochada, un sombrero de vaquero en la cabeza y estaba feliz. Solo cuando parecía que el mundo se acababa Yared se sintió libre de olvidarse de todo aquello. De olvidarse de todo, aunque solo fuera temporalmente.
Tres años después, Yared corrió la milla más rápido que ningún otro estadounidense en la historia y yo estaba en las gradas para verlo, loco de alegría. Yared y su compañero de equipo, Olli Hoare, iban como balas cuando sonó la campana para indicar que quedaban 200 metros para el final de la carrera. Entonces Yared, sorprendentemente, cambió el ritmo. Su zancada es de por sí mucho más larga que la de los demás, pero de alguna manera consiguió alargarla aún más y empezó a distanciarse del resto. Llegó a la meta y el reloj marcaba 3 minutos, 47,38 segundos. Alguien le cubrió los hombros con una bandera estadounidense y le entregó un ramo de flores. Veinte fotógrafos se apiñaron a su alrededor. No sabía qué hacer con tanta atención. Se quedó allí de pie y, cuando por fin sintió que el momento se había agotado, hizo el signo de la paz. Unos instantes después salió de la pista.
Ahora, estamos en 2023 y estoy hablando por teléfono con Yared mientras espera en la cola del DMV (Departamento de Vehículos a Motor). "Mi sueño sería ser muy rápido corriendo y que nadie me prestara la más mínima atención", me dice momentos antes de solicitar una matrícula personalizada. Quiere poner "GOOSE" en la matrícula trasera de su nuevo Mustang amarillo. O "GOOS3" si la primera opción no está disponible. Y si no lo están ninguna de las dos, pues "G00SE". Se lo ha pensado bastante. Pero para alguien que conduce un coche así de llamativo, de verdad detesta ser el centro de atención.
Para algunos corredores profesionales, el alto rendimiento supone un verdadero capital social. Consigue el éxito en una carrera y verás acumular los likes en Instagram. Gana una competición de importancia y todo el mundo querrá ser tu amigo. Yared aborrece todo eso. A veces se pregunta si la gente solo le aprecia porque corre rápido, y eso le molesta.
Yared es fiel a sí mismo, no se hace pasar por quien no es. Se nota que es auténtico porque no disimula sus gustos de friki (dicho cariñosamente) ni los intenta ocultar ni cambiar. Le encantan los videojuegos de dibujos animados y la película de Lego. En varias ocasiones me ha enviado mensajes por Instagram compartiendo reels de humor millenial que dan un poco de vergüenza ajena. Además, lee novelas de fantasía.
Yared se hizo una cuenta de Instagram por primera vez en 2018, seis años después que el resto de nosotros. La mayoría de los jóvenes de la Generación Z crecieron con Internet, pero Yared no. Durante su primer año de universidad creó una cuenta de Instagram y escribió en la biografía: "Ya tengo cuenta en Instagram, no me des más la lata". Un descarado gesto típico de él con el fin de trolear su único perfil visible online.
Le pregunto por qué finalmente cedió y se descargó la aplicación y me contesta: "Como dice la biografía..." con su desparpajo a flor de piel, como si se sintiera incómodo porque le he hecho una pregunta que tiene una respuesta muy pública. "No me gustan mucho las redes sociales y odiaba la idea de Instagram", dice Yared. "Pero pensé que si iba a participar en alguna red social sería esa". No es alguien muy dado a hacerse selfis, pero ahora que compite en las mayores carreras de atletismo del mundo, la gente le hace fotos constantemente. Son posts fáciles. A pesar de su desinterés por postear, ha acumulado 17 000 seguidores, lo que debe convertirle en una de las figuras "anti-populares" más populares de este deporte.
Yared ha llegado incluso a burlarse del comportamiento superficial que fomenta Instagram... en Instagram. Transformó a su tortuga Tyro en una figura de culto sometiéndola a todos los ritos cliché de los influencers, como revisar el outfit del día, sesiones de "pregúntame lo que sea" o vlogs de "lo que como en un día". Además, Yared hizo gala de su particular sentido del humor en las historias de Instagram, donde caracterizaba a Tyro como un revolucionario comunista. En una de sus historias decía: "También soy un anarquista flagrante y derribaré todos los gobiernos del planeta para apoderarme de los medios de producción". Y en la siguiente, se estaba comiendo una fresa la mitad de grande que su cuerpo. Yared también ideó una serie de retos para que Tyro mantuviera satisfechos a sus seguidores, como carreras de obstáculos o combates de boxeo con su gato. Nunca sabes qué se le va a ocurrir.
"Quería conseguir algún tipo de interacción con mis seguidores, pero no se me da bien el trato con la gente", dice Yared. "Entonces me di cuenta de que a Tyro sí que se le da bien, así que dejé que lo hiciera por mí".
Yared no se toma nada demasiado en serio, ni siquiera correr, algo poco habitual en un atleta de su categoría. "Hay gente que tiene un par de malas carreras y parece que su mundo se desmorona. Eso es una tontería". La apatía es destructiva, pero un cierto desapego te otorga una especie de poder. Yared ha dado con la fórmula idónea para sacarle partido a la dosis justa de indiferencia.
"El running se acaba convirtiendo en el centro de todo para mucha gente", afirma. "Pero correr no lo es todo en mi vida. Por eso soy tan bueno", dice riendo.
Su compañero de equipo, Mario García Romo, que también vive con él, me contó que la rutina matutina de Yared es la misma todos los días: se levanta cinco minutos antes del entrenamiento, camina medio dormido hasta la cocina, saca un gofre del congelador, lo mete en la tostadora, le pone un poco de sirope de arce (sin plato) y sale por la puerta. Siempre llega cinco minutos tarde.
"Yared es un chico muy inteligente, pero nunca le da muchas vueltas a lo de correr", dice García Romo. "Cuando logró un tiempo de 7:28 (récord estadounidense de 3000 m) en Boston, que fue realmente la primera gran carrera de su vida, es como si no fuera consciente de lo que había hecho. Decía: 'Sí, acabo de correr. Gané. Me esforcé. Eso es todo'". Si Yared fuera mayor, la gente diría que es una fuente de sabiduría, pero tiene 23 años, así que creemos que se trata de una coincidencia.
Ser el más rápido del mundo no siempre fue el plan. Yared corría a toda velocidad cuando estudiaba en la universidad de Notre Dame -fue el más rápido en correr 1500 m en la NCAA-, pero nunca estuvo seguro de querer ser atleta profesional. Su intención era estudiar odontología. Yared dice que es porque le encantaba su ortodoncista de adolescente y no hay más que hablar.
El día antes de que Yared debutara profesionalmente como atleta On, el verano pasado, mis amigos y yo hicimos una sesión de fotos con él en la consulta de un dentista. Titulamos el post de Instagram "Correr profesionalmente no es ningún dolor de muelas cuando formas parte del OAC", y Yared dice que sigue siendo cierto. Quería unirse a un equipo en el que pudiera ser él mismo. Un equipo en el que sintiera que todo el mundo podía ser quien era. No es que todos los atletas del OAC se parezcan ni sean necesariamente compatibles, pero se ha creado un ambiente que les anima a ser personas reales con intereses auténticos, personas que no tienen que reprimir su personalidad para poder correr un par de vueltas rápidas. Tal vez porque esa no es precisamente la mejor manera de correr un par de vueltas rápidas, y si lo fuera, no valdría la pena. Para Yared no valdría la pena.
El verano pasado, tras haber estado corriendo con un par de atletas del OAC por la carretera de Neva, en Boulder (Colorado), estaba estirando, arrastrando los pies por el aparcamiento de tierra, cuando empecé a hablar con su entrenador, Dathan Ritzenhein. Me comentó, como de pasada, que Yared era un atleta de verdad. Solo estábamos charlando, no fue una conversación seria, pero él hablaba a lo grande. Como si tal cosa, mencionó "menos de 3:30 en los 1500 m" y "medallista". Son cosas que no diría a la ligera. Ritzenhein lleva tiempo en esto: es olímpico y explusmarquista estadounidense. Ha competido con varios equipos profesionales y ha conocido a muchos atletas de talla mundial. Y su intuición era correcta: Yared derrocha talento, es un atleta de verdad. Y eso que solo está empezando.
Le pregunto a Yared hasta dónde quiere que le lleven sus piernas: si fuera el fin del mundo, de verdad esta vez, ¿qué tendrías que haber logrado para que todo esto hubiese merecido la pena? "Si ganara los Juegos Olímpicos diría 'vale, guay' pero eso es todo", dice. "Quiero divertirme. Quiero disfrutar de mi juventud. Los estudios lo hacen difícil, y me han dado la oportunidad de divertirme corriendo antes de volver a estudiar de nuevo, es una pasada. Los reconocimientos no lo son". El mundo podría acabarse y todos tus récords se convertirían en polvo. Yared se ríe, yo me río. Nos quedamos un momento en silencio al teléfono, sin decir nada, antes de colgar.