

Meg Mackenzie, atleta de trail, manifiesta a través de su historia la necesidad de que todo el sector se involucre más en lograr la igualdad en el trail running.
Texto de Rachel Hewitt. Imágenes de Mountains Legacy.
La experiencia de la ultrarunner de élite Meg Mackenzie en Sudáfrica está marcada por sus insólitos y asombrosos paisajes: praderas ondulantes llanas y altas, montañas, llanuras repletas de árboles y costas vírgenes. Pero también por el hecho de ser una mujer que siente la amenaza de correr sola por esos entornos.
A medida que crecía, Mackenzie tenía que adaptar su vida y sus entrenamientos a los hombres: “Tenía que conformarme con ir a donde fueran los chicos \[runners] porque no me sentía segura si salía a correr sola”.
Asistir a un colegio femenino situado en un terreno de grandes dimensiones hizo que Mackenzie se sintiera libre y segura, y que descubriera que tenía talento para correr campo a través. Su madre y su tía fueron corredoras de fondo con “fuerza y energía” (su tía ganó el Maratón Comrades en 1979) y fueron claros ejemplos que seguir al demostrar que el trail running no solo era viable para las mujeres, sino que también les resultaba beneficioso, a pesar de las dificultades a las que tuvieron que hacer frente.
Tras ser la primera de su categoría en el Three Cranes Challenge (una carrera de resistencia a través de los terrenos rocosos, pantanos y el bosque indígena de Karkloof Valley, situado en KwaZulu-Natal) con 25 años, Mackenzie comenzó a tomarse más en serio el trail running y decidió dedicarse a ello profesionalmente. El momento decisivo llegó en el 2017. Cuando estaba a punto de cumplir los 30, sintió que era “ahora o nunca”.
Recién casada con el que era su marido, deseaban asentarse y formar una familia. Sin embargo, Mackenzie quería disfrutar de sus últimos momentos de libertad, “así que decidimos renunciar a nuestros trabajos y vivir en autocaravana”. Viajaron por los Alpes y el interés de Mackenzie dio sus frutos: 2017 fue “un gran año” en cuanto a rendimiento y patrocinio.
Quedó primera en la African Otter Trail Run (40 km con 2600 m de desnivel positivo y cuatro travesías fluviales), y durante los seis años siguientes logró los primeros puestos en carreras mundiales de media distancia (de hasta unos 50 km), entre ellas el maratón de Pikes Peak en EE. UU., la Ultra-Trail Cape Town y el ultramaratón de Transvulcania. El logro del que se siente más orgullosa es el “mágico” UTMB CCC de 2022 (100 km desde Courmayeur hasta Chamonix ), con más de 6000 metros de subida, en el que quedó octava de entre casi 250 mujeres.
La trayectoria de Mackenzie hasta la fecha es sin duda una señal de que los derechos de las mujeres han avanzado desde los años 80. Su capacidad para competir en carreras de todo el mundo y ser una atleta profesional a tiempo completo demuestra que las oportunidades para las mujeres (y no solo en el deporte) han ido aumentando en los últimos cuarenta años.
No está de más recordar que, todavía a finales de los 70, el Comité Olímpico Internacional tenía prohibido que las mujeres participaran en carreras que superaran los 1500 m, y el boxeo femenino apenas pasó a ser deporte olímpico en el 2012. Mackenzie se siente agradecida por poder correr en los Alpes de forma “libre” en esta década, pero aún hay grandes obstáculos que obstaculizan las trayectorias de numerosas mujeres.
“Hay muchos aspectos que limitan a las corredoras”, menciona Mackenzie. Un estudio reciente del Reino Unido demuestra que el 60% de las mujeres han sufrido acoso mientras corrían. Mackenzie explica que el miedo impide a las mujeres practicar deporte al aire libre. Por un lado, este miedo demuestra que la violencia masculina aún prevalece. Pero también constituye un condicionante social que puede pesar incluso más que la posibilidad de sufrir un ataque. A veces se crea una sensación de ansiedad generalizada.
La lentitud con la que el mundo del running reconoce las diferencias fisiológicas de las atletas frena aún más su desarrollo. Durante los últimos años, Mackenzie ha trabajado en un documental (sin fecha de lanzamiento por parte los financiadores), que explora cómo afecta el ciclo menstrual a las deportistas de montaña.
Su intención era descubrir “de qué manera se pueden beneficiar las mujeres en términos de entrenamientos y nutrición” durante las distintas fases del ciclo hormonal, así como los riesgos que suponen para las atletas “los retrasos del periodo, las lesiones, las pérdidas de peso y las deficiencias energéticas”, elementos que conforman lo que se conoce como “síndrome de deficiencia energética relativa” o RED-S. Esto se sitúa a la vanguardia de la ciencia deportiva actual, y solo en los últimos cinco años los investigadores, fisioterapeutas, entrenadores y runners han reconocido los daños que sufren las mujeres al imponerles entrenamientos diseñados para la fisiología masculina.
El mundo del trail running va adaptándose poco a poco a las necesidades fisiológicas de las corredoras. En el 2022, el UTMB permitió a las embarazadas retrasar su participación en aquellas carreras para las que habían logrado clasificarse con su esfuerzo (así como a aquellos atletas cuyas parejas estuvieran embarazadas o que fueran a adoptar o a tener un bebé por gestación subrogada), de forma similar a las concesiones que se han hecho siempre con los runners lesionados.
Mackenzie cree que “es disparatado que las mujeres tengan que recorrer siempre la misma distancia que los hombres, con mochilas del mismo tamaño, las mismas equipaciones obligatorias y los mismos tiempos límite”, a pesar de que ellas tienen una constitución muy diferente a la de los hombres: más ligera, de media, y con niveles muy diferentes de masa muscular y corporal. Los premios monetarios y la cobertura rara vez reflejan la diferencia de esfuerzo entre las competidoras y los competidores.
Mackenzie se crece en la competición, pero también reconoce que hay muchas más historias por contar en el mundo del trail running: “historias de otras personas que tienen distintas cualidades y que participan en la carrera por motivos distintos al de ganar”.
Este es el caso particular de las mujeres, ya que muchas pueden experimentar que el progreso no siempre es lineal por las bajadas de energía, fuerza y rendimiento asociadas a la fluctuación hormonal femenina. “Creo que los hombres mantienen un progreso lineal durante más tiempo que las mujeres”, menciona, pero “la vida de las mujeres es tan cíclica que nuestro desarrollo se asemeja más a una espiral: crecemos por fases, no necesariamente en un sentido lineal porque somos diferentes”.
Las limitaciones de las runners son tan endémicas que, para que el mundo del trail running realmente llegue a respetar a las mujeres, “casi tendría que inventarse de nuevo”, afirma Mackenzie.
Es necesario intervenir con cambios sencillos (ropa que permita a las mujeres orinar con discreción y reduzca las rozaduras, y tiempos límite adaptados en las carreras) y con otros más complejos como, por ejemplo, investigar mejor la fisiología femenina. En última instancia, para mejorar la calidad y cantidad del trail running femenino, necesitamos un cambio cultural en general.
A Mackenzie le gustaría que se comprendieran mejor las numerosas y diversas razones por las que corren las personas, y que se tuviera una idea menos cerrada de lo que es el “deporte”. Los medios no tienen por qué centrarse solo en los ganadores, señala. Las conversaciones entre las corredoras más mayores y las más jóvenes pueden resultar instructivas en este sentido. Conforme se acerca la menopausia, es mucho más difícil mantener los tiempos de rendimiento, y no hablemos ya de tratar de mejorar. Las atletas mayores han tenido que buscar otras motivaciones para correr, más allá de la competitividad. Sus historias podrían ayudar a las mujeres más jóvenes, ya que muchas de ellas “pisan fuerte una o dos veces, luego sufren una fractura por estrés y nunca se las vuelve a ver”.
Para fomentar estos debates, Mackenzie organiza campamentos de trail running femeninos con Run The Alps. Le apasiona que este tipo de actividades exclusivamente para mujeres generen las conexiones y conversaciones esenciales para mejorar la experiencia femenina al aire libre y que “se llegue a un punto en el que ya no las necesitemos en el mundo del trail running”.
Mackenzie tiene muy claros sus planes para el futuro: “centrarme por completo en mi rendimiento”. A sus treinta y tantos años, intuye que esta es “otra situación similar a la de la autocaravana”, lo que significa que se avecina otro momento decisivo antes de que se acerque a la perimenopausia y empiece a bajar el ritmo.
Sus objetivos como activista son desarrollar estos campamentos e idear un programa de mentoría para dar a las mujeres “herramientas y habilidades concretas que puedan servirles para resolver problemas en sus propias comunidades y vidas”.
En un mundo en el que los deseos, las necesidades y el bienestar de las mujeres suelen verse amenazados, Mackenzie se vale de su propia experiencia para afirmar que correr nos enseña “a expresar y reconocer nuestras necesidades y las de nuestro cuerpo”.
Al fin y al cabo, es esta creencia en la capacidad transformadora del trail running para las mujeres (y para la sociedad en general) lo que la impulsa a compartir su trayectoria y a apoyar a otras corredoras en las suyas propias.
Lee más sobre el UTMB y otras aventuras de montaña de la mano de Katazyna Solinska y Kirra Balmanno .