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Ropa y Calzado Tecnico Suizo

Transformando vidas en las calles de Nueva York.

Cuando a Derek Drescher lo declararon muerto, algo en su interior eligió vivir.

Texto de Moya Lothian-McLean. Fotografía de Mitch Zachary.

“Hubo muchas ocasiones en las que no quería seguir viviendo”, afirma Derek con franqueza, “en las que deseaba no volver a despertarme”.  

Y más de una vez, Derek estuvo cerca de hacer realidad este deseo. En 2013 tuvieron que reanimarlo tras una sobredosis de heroína. “Fue en ese momento cuando supe que o daba un giro de 180 grados a mi vida o moriría con una jeringuilla en el brazo.”

Derek había tenido problemas con las drogas desde 2006. Este neoyorquino de nacimiento había tenido una infancia turbulenta. La muerte de su querida abuela cuando él tenía solo 12 años le causó un gran impacto y desestabilizó su vida por completo. Dejó de asistir a la escuela, empezó a robar, sufrió largos periodos depresivos y acabó convirtiéndose en una persona sin techo a los 18 años. 

Sin embargo, logró sobrevivir y acabó encontrando un empleo en la construcción que le encantaba. Pero los esfuerzos del trabajo manual ocasionaban frecuentes lesiones a él y a sus colegas, lo que condujo a que abusara de los medicamentos para el dolor. 

Derek no tardó en desarrollar una adicción a estos fármacos. Como miles de obreros estadounidenses, se vio atrapado en una epidemia de opioides que destrozaría muchas vidas por todo el país. Las severas medidas que se introdujeron para controlar la prescripción de estos medicamentos provocó su escasez y Derek sufría dolorosos síntomas de abstinencia. Esto lo condujo a la heroína. “Y ese fue el principio de un periodo muy difícil”, afirma. Pero tras la sobredosis que sufrió en 2013, algo cambió en su interior. 

“Las drogas dejaron de hacerme efecto”, explica. “Ya no me hacían sentir bien, pero volvía a recaer. Estaba en una casa de reinserción y también asistía a un centro de rehabilitación. Un día, mi terapeuta me preguntó, sin rodeos, si quería morirme. 

No tenía una respuesta clara en aquel momento, pero ella debió de ver algo en mí. 

La terapeuta de Derek lo metió en un taxi y, unas horas después, estaba en el centro de desintoxicación de Yonkers en el estado de Nueva York. Tres días más tarde recibió su última dosis de metadona. La enfermera lo bendijo mientras se la administraba. 

“La semana siguiente fue una pesadilla”, dice Derek sonriendo. “Pero esa fue la última vez que me drogué”. 

Tras diez días de desintoxicación, Derek regresó a Nueva York, a un centro de la asociación Samaritan Village junto a Times Square. 

“El programa era bastante intenso”, afirma. “Teníamos terapia de grupo cuatro veces por semana, como mínimo, seguida de sesiones individuales. Los participantes gozábamos de ciertos privilegios que podíamos perder si faltábamos el respeto a otros residentes. Las tareas domésticas ocupaban gran parte de nuestra jornada y todo tenía consecuencias” nos cuenta Derek. En un principio, su actitud era de rebeldía. “Tenía un comportamiento conflictivo, daba muchos problemas. Suelo irme de la lengua. Además, los médicos me habían puesto un tratamiento que me hizo ganar peso y empecé a quedarme calvo. Esto no me ayudó a mejorar la autoestima”. 

"Entonces, un fin de semana, 40 tipos sudorosos llegaron de la calle. Todos estaban alegres y sonreían. Entonces les pregunté ‘¿Por qué demonios estáis tan contentos?’ y me contestaron que acababan de correr 16 km. Por supuesto, no les creí. ¿16 kilómetros? Ni hablar, lo habéis hecho andando. 

Me aseguraron que no, que de verdad habían corrido 16 km”.

El compañero de cuarto de Derek le dijo que era un grupo que se llamaba Back on My Feet y que debería unirse a ellos. A Derek no le entusiasmó mucho la idea, hasta que se enteró de que regalaban un par de zapatillas a quien se apuntase. 

“Por eso lo hice”, afirma. “Por las zapatillas”.

El lunes siguiente, Derek acudió a la sesión de Back on My Feet a las 5:30 de la mañana luciendo unas flamantes zapatillas recién sacadas de su caja. 

“Llego y veo que todo el mundo se está dando abrazos” dice riéndose. “Y yo pensé ‘¿qué diablos es esto? A mí que no se acerquen, esto es muy raro’”. 

La primera vez tardó 16 minutos en correr 1 km y medio. 

“Le dije a la persona voluntaria que nos acompañaba que dejara de hablarme, que iba a acabar conmigo. No podía respirar. Atravesábamos Times Square y recuerdo que rezaba para que los semáforos estuvieran en rojo y así poder parar”. 

A pesar de eso, Derek volvió a presentarse allí el miércoles siguiente a las 5:30 de la mañana, dispuesto a correr. 

“No sabría explicarlo” dice mientras reflexiona sobre su retorno. “Recuerdo el gran corro de gente y que todo el mundo sonreía. Algo en mi interior decía ‘Yo también quiero esto’. No era consciente en su momento, pero creo que esa es la razón por la que volví. Está claro que el equipo tenía algo que me motivó a implicarme más. Tiene gracia, porque ahora muchos me dicen que les caí muy mal cuando llegué, que era insoportable”. 

Unas semanas más tarde, Derek ya era capaz de abrazar a los demás corredores. 

“Yo no comprendía el significado de la palabra ‘íntimo’”, comenta al tratar de explicar su cambio de actitud. “Pensaba que implicaba una relación física con alguien, pero descubrí que también se puede intimar con la gente a nivel emocional. Empecé a hacerme muy amigo de toda esta gente con la que corría. 

“Llegaron a conocerme a fondo y yo a ellos. Y se transformó en algo muy bonito”. 

Primero lograron hacer carreras de 5 km, luego medios maratones. Un año después de empezar el programa, Derek consiguió empleo lavando platos y más tarde ascendió a cocinero. Con la ayuda de Samaritans Village, también logró la cualificación necesaria para poder ejercer de monitor y trabajar en otros centros de acogida. Back on My Feet estuvo apoyándolo todo el tiempo y Derek continuó corriendo con el grupo, que siguió ayudándolo con talleres, asistencia con el currículum y preparación de entrevistas. También se instaló en su propio apartamento, por primera vez desde que dejó las drogas. 

“Nunca pensé que volvería a firmar un contrato de alquiler”, nos cuenta. “Las pocas veces que lo hice en el pasado no duró mucho tiempo. Pero la disciplina del running y el bienestar que me produce correr han favorecido a todos los ámbitos de mi vida. Lo más importante ha sido la comunidad. Ha tenido una influencia muy positiva en mí. Trabajaba 40 horas a la semana, me preparaba mi comida, hacía mi limpieza... Empecé a sentirme como un adulto, ¿sabes? Como un ser humano. Hasta conseguí un gato. Había recobrado suficiente confianza en mí mismo como para hacerme responsable de otro ser vivo”.

Poco tiempo después de instalarse en su propio apartamento, Derek corrió por primera vez el maratón de la ciudad de Nueva York.

En el kilómetro 40 empezó a llorar, al no estar seguro de poder lograr su meta de terminar el trayecto en menos de cuatro horas. Pero se dijo a sí mismo: “No llores. Has hecho todo lo que has podido. Reserva tu energía para el último tramo”. Cruzó la línea de meta en 3 horas, 58 minutos y 45 segundos. 

Derek trabaja ahora como especialista en servicios para antiguos alumnos de Back on My Feet, supervisando el programa para los miembros del equipo actual y los que ya lo terminaron. Cuando recibió el email con la vacante de puesto en 2016, supo que tenía que solicitarlo. 

“Esa entrevista la bordé”, afirma. “Sabía más yo del programa que los propios directores. Y, desde entonces, aquí estoy”. 

Derek no corre mucho ahora, debido a problemas de rodilla. “Solo 16 km por semana” dice, mientras trota por el camino asfaltado junto al río Hudson y escucha al grupo Wu-Tang Clan. Pero mantiene la confianza en sí mismo. 

“Hoy no estaría donde estoy si no fuera por Back on My Feet”, añade. “Nunca pensé que lograría tener una vida normal, como todo el mundo. Cada vez que corro, siempre hay un momento en el que pienso ‘puedo hacerlo’, ya se trate de una ruta de 8 km o de un maratón. Conseguir tu meta es extraordinario para alguien como yo, que ha fracasado tanto en la vida. Confirma que estoy vivo y que soy feliz”. 

“Ahora sé que, si me propongo algo, puedo conseguirlo. Tengo fe en mí y amor propio”.  

Back on My Feet lucha contra el problema de las personas sin hogar y adictas a las drogas por medio de la actividad física, el desarrollo de una comunidad y la ayuda para encontrar empleo y vivienda. Right To Run colabora con Back on My Feet desde 2021, proporcionando ayuda económica para sus programas en 16 ciudades de Estados Unidos y zapatillas para sus miembros.

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